Autora: Draiza Medina Álvarez
En una colina de gigantescos cedros ubicada en el Estado Táchira, región de los Andes venezolanos, entre montañas y quebradas, con el cantar de las aves, el frio entumecedor, la rica aguamiel caliente y el gran amor de la familia Medina Álvarez; se crió la niña Draiza Alejandra. Todos sus seres queridos le habían puesto el mote de Dray. Ella ha sido un volcán de emociones, una niña atrevida, pero a la vez paciente, de grandes fortalezas y con una fe inquebrantable…; fe que ha sido estimulada por quien les narra este relato, su Nonita Carmen…, la Nonita que consentía y cuidaba aquella niña de espíritu rebelde. Hoy siento que a través de Dray yo he podido cumplir muchos de mis anhelos que a lo largo de mi vida no pude cristalizar.
Mi nieta número ocho, es de quien les hablo, es una chinita; “como dicen aquí en el Táchira”, de ojitos saltones, labios gruesos, piel trigueña, cabello castaño oscuro, de contextura delgada y de buen tamaño. Su rostro es muy similar al de mi hija, su Mami Yancy. Es redondo y colorido, pero su carácter es, definitivamente, como el de su Padre, Edgar Medina…; templado y chispeante. A Draiza desde niña la forjamos con exigencia y dedicación. Estudió danza, teatro, dibujo, pintura, música, modelaje y aprendió a tocar cuatro, siendo integrante de la Estudiantina de Capacho. También, formó parte de la “Sociedad Bolivariana”, en su período escolar. Luego, se aventuró en el mundo del deporte al practicar natación y maratón.., y allí se quedó por un buen tiempo, recorriendo inolvidables kilómetros y conquistando la victoria en cada carrera.
Finalmente, esa niña consentida y querida, “que amó su tierra y su familia, que compartió grandes aventuras de su infancia con los mejores cómplices que pudo haber tenido, mis doce adorados nietos, o lo que es lo mismo, sus primitos”; del nido voló, teniendo tan sólo dieciséis años de edad, pues se fue a la Fuerza Armada a prestar su servicio a la Nación. Así, ella se convirtió en una “Oficial Naval” al egresar de La Escuela Naval de Venezuela y por si fuera poco, un hito histórico ella rompió, pues, abrió un nuevo sendero en la Marina de Guerra venezolana al calificarse como la primera mujer tripulante de un submarino en nuestro país. De esta forma, cumplió un gran sueño con enfoque y determinación.
Todos nosotros, desde sus nonitos, pasando por sus padres, tíos, hermana, primos, sobrinos y hasta sus queridas mascotas, especialmente los tiernos gatos de Dray, a quienes, sinceramente, yo no tolero mucho; nos sentimos parte de su trayectoria. Esos gatos la sumergen en una relajación profunda con su estruendoso ronroneo y la hacen feliz; y si ella es feliz yo soy feliz. Y a pesar que estuvimos distantes durante sus travesías en la Marina, Draiza nos hacia parte de ello, cada vez que nos visitaba. Yo le preparaba un delicioso chocolate caliente que acompañábamos con pan andino, ¡la gloria!, mientras nos contaba sus vivencias, en las cuales había de todo: retos y aventuras; así como formación del carácter, desarrollo profundo del sentido de la responsabilidad, apego a las normas, independencia absoluta y sobretodo amor por el mar. Recuerdo mucho su relato de navegación a bordo del Buque Escuela “Simón Bolívar” (BE-11). Me narró que fue un crucero, de cuatro meses, por Sur América. Al principio me preocupaba saber que estaría navegando tanto tiempo, llegue a sentir miedo de lo qué podía ocurrir en alta mar. Fue hasta su regreso cuando sentí paz e irónicamente, cuando pudimos conversar, ella hablaba con tanta emoción de cada zarpe, cada atraque, cada día a bordo y en puerto, que mis miedos se extinguieron y yo sentí ganas de hacerme a la mar y decir como ella: —¡Yo soy una dama del mar! —.
Nunca olvidaré aquel día que la vi en cadena nacional, junto al Presidente de la República, a bordo del Submarino “SÁBALO” (S-31). Fue un día histórico donde el mencionado pez de acero volvería a la mar. Mi corazón palpitaba con gran emoción, al ver a mi niña Dray, donde jamás yo me alcancé a imaginar. Luego, estuvo en entrevistas de televisión y en la prensa nacional; a partir de ese momento entendí que cada ser humano llega hasta donde desea llegar.
Han sido muchas las alegrías y enseñanzas que mi nieta nos ha regalado en este gran transitar y aunque ya su ciclo en la Institución Armada finalizó, sé que ella sigue llevando el salitre en sus venas y La Armada en su corazón. A veces me siento bajo la sombra de un hermoso guayabo, en el que todos mis nietos se llegaron a encaramar; que por cierto, se comían las guayabas con gusanos, como si no pasará na. Allí me quedo mirando las majestuosas montañas de Colinas de Vega del Cedro y me pregunto: ¿dónde estará mi nieta y en que nueva travesía andará?; sólo Dios y la Virgen del Valle sabrán hasta donde ella llegará…
¡Con cariño… Dray en Letras!
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